—Bienvenidos al territorio principal de nosotros los ratones —dijo Caen con una extraña emoción en su voz.
A medida que caminaban por los oscuros y húmedos túneles del alcantarillado subterráneo, el aire se volvía espeso con el hedor penetrante de la descomposición, comparable al vertedero de desechos. El sonido del agua goteando resonaba por el estrecho pasaje, mezclándose con los ocasionales y débiles susurros a lo lejos.
Las paredes estaban cubiertas con una película resbaladiza, y los bigotes de Gu Luoxin rozaban los ladrillos húmedos y rugosos mientras seguía cautelosamente a Caen.
Cada paso enviaba ondas en el turbio agua que fluía por el canal bajo sus diminutas patas. De vez en cuando, su hocico se arrugaba al captar un olor nauseabundo de basura podrida y aguas residuales acumuladas en los bordes del túnel. Fragmentos de desechos flotaban, como un trozo de tela descartado, un fragmento roto de cerámica —restos de la vida sobre la superficie.