Esta vez recogió una tetera y estaba a punto de lanzársela, pero Wen Qinxi agarró la muñeca del hombre inconscientemente. Sí, Qie Xieling era un mocoso ahora mismo, pero era su deber disciplinarlo, no el de un extraño. Por eso, a pesar de no saber nada sobre la situación, aún se acercó para defenderlo.
Para su sorpresa, la ira del líder de la secta se enfrió considerablemente al darle una palmadita en la mano a Wen Qinxi, gesticulando que estaba bien. Parecía que su relación con este líder de la secta era especialmente buena.
Qie Xieling naturalmente vio todo esto y cuando su mirada cayó sobre Wen Qinxi, su corazón dio un vuelco sin razón alguna. Una sonrisa siniestra se deslizó por su apuesto rostro mientras una idea interesante pasaba por su mente.