—Tía Cheng, eres verdaderamente increíble.
Li Qianfan exclamó emocionado mientras abrazaba a Cheng Shufen.
—¿Y yo qué? —preguntó suavemente Li Xiaotong.
—También eres increíble. Tú y tu madre son absolutamente hermosas —respondió Li Qianfan riendo, mientras daba una palmada en el pequeño y redondo trasero de Li Xiaotong.
Li Xiaotong se sonrojó violentamente, aunque su corazón estaba lleno de satisfacción.
Cheng Shufen también se sentía profundamente avergonzada. La idea de servir a un hombre junto a su hija le traía un abrumador sentido de disgusto.
Pero fue precisamente ese sentido de transgresión moral lo que provocó una emoción innegable en ella.
El cielo afuera se estaba oscureciendo, y las luces de neón comenzaban a parpadear.
Li Qianfan se inclina y besa la madura y atractiva mejilla de Cheng Shufen, antes de volverse para besar la tierna y pura cara de Li Xiaotong. Se rió y dijo: