—Parece que no pueden conseguir el dinero —dijo Hao Jian con una sonrisa siniestra—. Llévate a esos dos, que la mujer atienda clientes sin parar, las veinticuatro horas del día. Cuando pague los malditos veinte millones, la dejaremos ir, ¿entendido?
Al escuchar esto, Ouyang Mei rodó los ojos hacia atrás y se desmayó de miedo. Estaba completamente desesperada porque sabía lo que vendría después: alojar a clientes sin restricciones, lo que significaba no tener descansos para comer, dormir o siquiera usar el baño, un destino peor que el de las mujeres de consuelo en el Océano Oriental.
Esas mujeres de consuelo al menos podían descansar cinco horas al día, pero ella no tendría ni una hora para sí misma.
—¡Eran veinte millones completos! ¿Cuánto tiempo tendría que trabajar para pagarle a Hao Jian?
Después de escuchar tal tormento, no era de extrañar que Ouyang Mei se desmayara. Cualquier mujer se habría desmayado en su lugar.