—¿Hemos terminado aquí, Sonma? Necesito estar en otro lugar —clavó su Rey Lucien los ojos en el anciano.
—Oh, y-ya casi terminamos, Su Alteza —tartamudeó.
El Rey lo miró fijamente.
—Ahora tengo que lanzar hechizos, Su Alteza. Necesito silencio y concentración —dijo Sonma tragando con dificultad, cerró sus ojos e intentó vaciar su mente lo mejor que pudo.
Consiguió su silencio ya que de repente todo estaba tan tranquilo como una tumba.
Largos minutos pasaron.
—¿Hay algún p-problema, Su Alteza? —preguntó Sonma al abrir los ojos, sus cejas fruncidas en un ceño.
—Dime tus hallazgos, Sonma. No desperdicies más de mi tiempo —exigió el Rey sin preámbulos.
Las palabras calmadas sonaron como una amenaza y una advertencia para los oídos del pobre anciano. Asintió rápidamente.
—Como desee, Su Majestad. Tengo buenas noticias —comenzó.
—¿Cuáles son? —La impaciencia del Rey era palpable.