GEMIR COMO UNA PERRA

Con su rostro aún sobre el escritorio, Ana miró de reojo para asegurarse de que nadie estuviera alrededor de la esquina espiándolos antes de bajar lentamente sus manos al borde de su vestido y luego subirlo, pulgada a pulgada, mientras él la observaba desde atrás mientras su muslo desnudo era revelado a su vista. Ella lo subió todo hasta su cintura y se detuvo antes de volver a colocar su codo sobre el escritorio.

—Señorita Ana, no me hagas repetirme —dijo en un tono de advertencia—. Dije que te bajes las bragas —ordenó Marcos de nuevo pues ella no había hecho completamente lo que él le ordenó.

—Pero señor —Ana quería hacerle cambiar de opinión ya que no quería desnudarse en un lugar público. ¿Y si alguien irrumpía y los sorprendía así? Sería una enorme desgracia y un desastre para ella, ¿no? —pensó.