La habitación a la que Alaris les había teletransportado bien podría haber sido hecha de oro.
Belladonna no podía descifrar de quién era la habitación, pero estaba segura del pueblo en el que se encontraban. Jamás hubiera creído que los cuentos fueran ciertos.
Estaban en Aniktaki, el primer pueblo de Ignas, conocido por su riqueza y una gran extensión de tierra en la que nada podía crecer, pero bajo la cual yacían tesoros enterrados.
Oro, diamantes, plata, muchos tesoros, de los que solo se podría soñar.
Esta era la tierra de minas y riqueza desbordante.
La habitación parecía resplandecer, casi todo estaba recubierto con una superficie dorada.
Belladonna tomó una respiración profunda, esperando que la habitación estuviera vacía, aunque las velas encendidas colgadas en la pared no lo prometían.
—Alar
—¿Quién eres tú? —La voz de una joven de pie en un lado de la habitación, con una toalla blanca envuelta alrededor de ella, sobresaltó a Belladonna.