Su corazón se aceleró. Era demasiado consciente de su toque, aunque sus guantes servían como un obstáculo constante.
—Quizás porque la mayoría de las novias que quedan en mi cabeza son aquellas que quieren que mueras.
Algo oscuro brilló en sus ojos.
—¿Quieres que muera, Donna?
El peso pesado que solía sentir en su pecho todavía estaba ahí, aunque ya no se sentía tan pesado como solía ser. Su ira hacia él ya no estaba tan cegada como solía estar. En algún punto, algo había cambiado.
—No.
Hubo un destello en sus ojos.
—No quiero que mueras, Eli.
Su voz se convirtió en una risa baja. Se inclinó hacia adelante y su aroma a sándalo inundó sus sentidos. Estaba demasiado cerca y su presencia le recordaba lo "aún más cerca" que solía estar. Sus párpados revolotearon y sus escamas sostuvieron su mirada.
—Feliz cumpleaños. Realmente pensé que pasaríamos el día de manera diferente. No tienes idea de cuántos planes he hecho para esto en el pasado.