No llegamos a su cama, no por un buen rato.
Estábamos inundando la habitación de quien estuviera directamente debajo de nosotros para cuando me levantó y me sacó de la bañera, mis piernas envueltas alrededor de su cintura. Me sentó en el mostrador, deslizándose dentro de mí sin preámbulo mientras arqueaba mi espalda y clavaba mis uñas en sus hombros. Se apoyaba con una mano en el espejo empañado, mientras la otra me sostenía en mi lugar por la cadera.
Se movía dolorosamente lento, cada embestida diseñada para provocar y arrancar de mis labios un gemido suplicante mientras enredaba mis dedos en su cabello.
Quería más, mucho más. Quería que me tomara como lo había hecho la noche después del baile. Quería que me reclamara.
—Por favor —gemí, temblando mientras él frotaba su nariz contra mi cuello, sus dientes rozando mi piel. Cerré mis piernas alrededor de su cintura antes de que pudiera salir de nuevo, manteniéndolo en su lugar.