Unas horas más tarde, bajé por el camino de tierra que serpenteaba entre los árboles siempre verdes. Bajo el dosel, un pequeño refugio estaba desgastado por años de abandono. Pequeñas hondonadas en el techo de tejas y la chimenea de piedra cubierta de musgo me saludaron. Mi corazón se encogió mientras me acercaba, lágrimas llenando mis ojos cuando cada recuerdo inundaba mi mente.
Esta era la cabaña de Deidra.
Una mujer que era tan diferente a cualquiera que hubiera conocido. La primera verdadera amiga que realmente había tenido. Me enseñó muchas cosas, pero sobre todo, me enseñó a amarme a mí misma de nuevo.
Me enseñó que, para amar a los demás, primero debía amarme a mí misma.
Debía perdonarme por las cosas malas que había hecho.
Y lo hice. Me perdoné. Y me convertí en algo más.