*Giovani*
En una habitación oscurecida, un hombre estaba atado a una silla de metal. Sus brazos y piernas estaban amarrados a la contracción metálica y un pañuelo cubría sus ojos. A pesar de la imagen granulosa, era fácil ver los moretones y la sangre que bajaban por la ropa rasgada del hombre.
No había nada en la habitación excepto el hombre y la silla, completamente desprovisto de cualquier cosa que le pudiera ofrecer consuelo o paz mental. Era lo que se merecía.
Observé la transmisión de la cámara en el monitor, viendo a Enzo mientras su respiración entrecortada se escuchaba a través de la pantalla.
Me recliné en mi silla, suspirando profundamente mientras Gabriele me observaba desde el otro lado del gran escritorio de caoba. Crucé los brazos sobre mi pecho, descontento con los nuevos acontecimientos, o debería decir, la falta de nuevos acontecimientos.