—No estaba desacostumbrado a la miseria y a cómo me hacía compañía —empezó Giovani—. En noches en las que el silencio era demasiado estridente, y cuando el peso del mundo parecía aplastarme bajo su carga, era el único amigo que tenía.
Sería una mentira decir que disfrutaba de su compañía, pero también sería una mentira decir que no lo hacía. A veces, cuando la noche era oscura y todo era demasiado para soportar, la miseria me susurraba al oído. Era confortable, incluso seguro, a pesar de cuánto sabía que sus palabras eran solo medias verdades.
No podía soportar regresar al dormitorio que había compartido con ella, no cuando estaba tan vacío. Anhelaba el calor de su cuerpo contra el mío, la seguridad de tenerla en mis brazos donde podría decirle cuánto la amaba mientras ella se perdía en el sueño.
Pero ahora, estaba absolutamente solo con la miseria y la luna.