*Olivia*
Después de horas de su insistente súplica, finalmente cedí ante Dalia.
El aroma del pan horneado, del queso mozzarella derretido y de la salsa fresca a base de tomate era inconfundible. Gio entró a la cocina y los ojos de Alessandro y Dalia se clavaron en él y en el montón de cuatro cajas de cartón que acababan de ser entregadas.
—¡Comida! —gritó Dalia, con los ojos brumosos mientras estiraba las manos sobre la mesa. Gio se tomó su dulce tiempo mientras caminaba hacia la mesa y yo me reí de la mirada de burla en sus ojos. Elio, en su sillita alta junto a mí, se quejó:
—¡Papá!
—Está bien, está bien —Gio se rió, finalmente dejando las cajas sobre la mesa. Respiré el aroma, dándome cuenta de lo hambrienta que estaba.
Gio me lanzó una sonrisa desde el otro lado de la mesa mientras Alessandro y Dalia se lanzaban a las cajas y el aroma los golpeaba a todos. Dalia tomó un pedazo de pizza, el queso se estiraba antes de finalmente romperse y liberarla.