*Salvatore*
Me estaban vigilando.
Como moscas en las paredes y susurros en los árboles, sentía sus miradas cada vez que salía de esta maldita casa. No llegas a mi edad sin aprender a confiar en tus instintos, y mis instintos no hacían más que gritarme que corriera.
No sabía quién, no sabía dónde, pero sabía que me estaban observando.
Caminé lentamente por mi entrada, manteniendo mis ojos al frente y sin dar ninguna pista de que sentía sus ojos sobre mí. Las llaves tintineaban en mi mano y, con cautela, miré alrededor desde la esquina de mi ojo mientras me detenía en la puerta de entrada.
Podría ser la vecina entrometida al otro lado de la calle que siempre estaba mirando por su ventana, pensé, advirtiendo a los niños del vecindario que hacer ruido era un pecado capital en sus ojos. Podría ser el cartero al que había pillado rebuscando en el correo de todos antes de deslizarlo bajo las puertas.