Las verdaderas naturalezas de los subordinados fueron expuestas. Parecía que era diferente cuando tenían a alguien respaldándolos. Con esta excusa, Hogan ahuyentó a todos los curiosos. Nadie podía defenderlos.
Hogan sonrió y dijo con desprecio:
—Nadie puede ayudarte ahora, niña.
No había forma de que Lucille dejara que se llevaran a Molly. Sus ojos se oscurecieron y estaba a punto de actuar. En ese momento, una voz divertida se escuchó venir del vestíbulo.
—¡Qué supervisor tan imponente!
El hombre se acercó de manera casual. Era elegante y noble en cada movimiento. Sus ojos estaban llenos de sonrisas, pero en realidad eran fríos y agresivos. Su cuerpo estaba cubierto de hostilidad fría y pesada, y todo el vestíbulo vacío se llenó de penumbra al instante.
Hogan se quedó sorprendido y subconscientemente exclamó:
—¡S-Señor Joseph!