El carruaje dorado se deslizaba por las calles bulliciosas, bordeadas de gente que esperaba ansiosamente su llegada. Aclamaban, gritando los nombres de la princesa, el Príncipe de Selvarys y el rey de Eldoria, honrándoles por restaurar la paz en un reino que una vez estuvo al borde del caos.
—Parecen felices por tu regreso —comentó Lucian, con un tono burlón que perduraba en su voz.
Nunca había sido recibido como el Príncipe de Selvarys, sino como el dios de la guerra, moldeado por años en el campo de batalla.