Rosa

Stella estuvo en silencio durante unos largos segundos, pero se aclaró la garganta y le dedicó una sola mirada. —Si le dices a alguien, te dejo calvo.

—No soy sociable.

—Bien. Ella mordió su labio inferior y apoyó la cabeza en su hombro para evitar su mirada. —Cuando tenía diecisiete años, tuve un accidente de coche con mi madre. Llovía mucho, y el parabrisas había dejado de funcionar, así que ella no podía ver nada. Hubo truenos y luego un relámpago, y de alguna manera chocamos contra el mar bajo el puente, y mientras nos hundíamos, solo podía oír el sonido del trueno una y otra vez. Pensé que había muerto, pero...

—¿Pero?

—Alguien me salvó.

—¿Quién?

—No estoy segura. Estaba perdiendo la conciencia, y no podía distinguir su rostro.

—¿Era un él?