Donovan solo había conocido la oscuridad, pero con Esme, no necesitaba la vista para experimentar todo lo que ella era.
El momento en que su aliento rozó sus labios, sus sentidos se encendieron.
Sus manos la exploraron, trazando cada delicada curva con una ternura que grababa su forma en su mente más vívidamente de lo que cualquier vista podría hacerlo. Su piel era seda bajo sus dedos, cada toque encendía un calor que se esparcía entre ellos.
Sus suaves jadeos eran embriagadores, como una melodía que solo él podía escuchar, guiando sus manos y boca mientras veneraba cada pulgada de ella.
—¡Jodido infierno! —exclamó.
Su aroma lo envolvía, mezclándose con el suyo, convirtiéndolo en algo mucho más efectivo que un afrodisíaco, y encontró sus labios de nuevo en su estado de urgencia.
El sabor de ella, como miel y deseo, enviaba una onda de calor a través de él.