—¡No! ¡Cisne! ¡Mi hijo! ¡Déjame estar con ellos! —Gale luchaba por alcanzar a su esposa, pero las Diosas usaron su poder para empujarlo hacia fuera hasta que solo pudo ver a su esposa e hijo alejándose cada vez más de su vista.
Se sentía como si estuviera cayendo desde una gran altura. A medida que caía, solo podía mirar el resplandor de la luna y derramar una sola lágrima antes de cerrar los ojos.
Una vez que los abrió de nuevo, se encontró de regreso en el Lago Sagrado de Selene, apoyado en la estatua como había hecho anteriormente. Estaba enojado con la Diosa que de repente lo había separado de su esposa e hijo después de un reencuentro tan conmovedor. Se levantó y gritó a la luna:
—¡Baja, estúpida Diosa! ¡Devuélveme a mi esposa!
En vez de Selene, bajó el avatar de conejo blanco y dijo:
—Calma, lobito.