Gale estaba sentado en el suelo frente al Lago Sagrado de Selene.
Era finales de primavera, y la antes estéril pradera alrededor del lago estaba llena de todo tipo de flores que eran ajenas a la gente del reino de la Tierra.
Pero para Gale, no eran extrañas, porque su esposa le había dicho cada uno de los nombres de esas flores ya que eran nativas del reino de la Diosa, donde Cisne había residido por un tiempo.
Tomó una profunda inspiración, inundando su sistema sensorial con los aromas de las flores que lo rodeaban, pero las fragantes flores palidecían en comparación con la más hermosa de todas.
—¡Esposo! —Gale giró la cabeza y vio a su flor, Cisne, saludándolo con la mano después de que ella hubiese realizado con éxito una corona usando las flores a su alrededor.
Gale sonrió mientras suspiraba amorosamente y murmuraba:
—De verdad, tu aroma es el más dulce, esposa. No puedo imaginar vivir sin tu aroma a mi alrededor todo el tiempo.