La mirada de Rosalía permanecía cautivada por su reciente compra, un sentido de deleite pintaba sus facciones. Sin embargo, en medio de su ensueño, un anuncio repentino y animado sacudió su atención hacia arriba, como si estuviera rastreando la fuente de ese sonido. La voz resonante se eco por el aire, una proclamación armoniosa alcanzaba a todos los asistentes al Festival. Su mensaje era claro: había llegado el momento, el instante en que los músicos afinaban sus instrumentos, preparándose para una actuación encantadora. Pronto, el mismo corazón de la Plaza Central, adornada con majestuosas fuentes que se erigían como centinelas alrededor de la Capital, se transformaría en un gran escenario para un baile que prometía tejer magia en la noche.