Gilberto entró justo cuando el rugido de Raven resonó por la habitación. Sorprendida por su aparición inesperada, Serafina luchó por escapar de las garras de Raven, pero él no tenía intención de soltarla.
—Ya hemos terminado aquí, así que guarda todo. Además, no necesitamos postres.
—Entendido.
Gilberto llamó rápidamente a los otros sirvientes para que retiraran los platos. Se movieron rápidamente, quitando los platos y bandejas tan rápido como los habían colocado antes.
—¿Está bien así? —Serafina asintió tímidamente, aún firmemente sujeta en los brazos de Raven.
—Gilberto, me voy a la cama. Asegúrate de que nadie se acerque a la habitación.
—Sí, mi señor.
—No nos molesten a menos que sea urgente.
—Entendido.
Sintiéndose un poco inquieta, Serafina se retorció en sus brazos, su rostro enrojeciendo profundamente. El atento mayordomo salió rápidamente para ahorrarle a su señora más vergüenzas.
—No tenías que decirlo así —murmuró Serafina.