Serafina yacía en la cama, sintiéndose inquieta. Las paredes de la posada eran finas y ruidos extraños se colaban de la habitación contigua. Se movió incómodamente, intentando ignorar los gemidos ahogados que atravesaban las paredes.
—Ahh... sí... más...
Sus mejillas se sonrojaron por la naturaleza íntima del ruido. A pesar de la pared que los separaba, los sonidos eran lo suficientemente fuertes como para llegar a sus oídos. Se mordió el labio, acercando la manta, intentando bloquearlo.
Cuando Cuervo entró a la habitación, se detuvo, notando la extraña expresión en su rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó, con el ceño fruncido.
Serafina se volvió hacia él, su cara roja de vergüenza. —Oh... um, la pareja de al lado. Han estado... haciendo ruido un rato ya. —Sonrojada profundamente, intentaba no hacer contacto visual.
Cuervo alzó una ceja, mirando hacia la pared. —¿Tan alto, eh?