El Despertar del Inesperado

Capítulo 46: El despertar de lo inesperado

POV: Myrna

Me encontraba sentada en un frío y austero banco de piedra en lo más profundo de la cripta, mis brazos y piernas sujetos por cadenas heladas que mordían mi piel. A pesar de las restricciones físicas, mi mente permanecía alerta, dolorosamente consciente de la gravedad de la situación que se desarrollaba ante mí. La cripta, un lugar a la vez sagrado y maldito, parecía vibrar con una energía antigua, sus paredes adornadas con runas y símbolos que susurraban secretos que solo yo podía descifrar. El aire era pesado, saturado por el peso de siglos de rituales y sacrificios. Aquí, el tiempo mismo parecía suspenderse, como si el mundo exterior hubiera dejado de existir.

El guardián, una figura sombría que había permanecido al margen de mi visión, se abalanzó con una ferocidad que me heló la sangre. Sus garras, afiladas e implacables, se clavaron en la garganta de Ignis. Sangre oscura y espesa brotó sobre las runas antiguas grabadas en el suelo, y con un último espasmo de vida, el guardián se desvaneció en la penumbra, dejando tras de sí un eco inquietante que resonó en las paredes de la cripta. El silencio que siguió fue ensordecedor, más aterrador que cualquier grito.

"¡Madre, haz algo!" La voz de Valeria cortó la quietud, desesperada y temblorosa.

Desde el otro extremo de la cámara, mi hija trazó un sigilo de sanación en el aire, sus manos moviéndose con precisión practicada. Pero incluso su magia flaqueó ante la fuerza opresiva que ahora se cernía sobre nosotros. Sus ojos, llenos de pánico, se encontraron con los míos, buscando una guía que no podía ofrecer. Valeria siempre había sido fuerte, resistente ante el peligro, pero incluso ella tenía sus límites.

"Silencio", ordené, mi voz fría e implacable. "Concéntrate. La muerte de Ignis solo complicaría más las cosas".

Mientras las palabras salían de mis labios, el aire a nuestro alrededor se volvió más denso, más pesado. Un hedor repugnante a azufre y tinta vieja llenó la cripta, y de las sombras emergió una risa: inhumana, burlona y cargada de malicia. Era un sonido que conocía demasiado bien, uno que había perseguido mis sueños durante años.

"¡Qué espectáculo tan delicioso!"

La voz pertenecía a una figura alta e imponente que avanzó hacia la tenue luz. Su vestimenta era arcaica, como si hubiera salido de otra era, y su sonrisa era antinaturalmente amplia, revelando dientes demasiado afilados para ser humanos. Sus ojos dorados ardían con una luz oscura y antigua, y su mera presencia parecía distorsionar el aire a su alrededor.

"¿Quién...?" Susurró Valeria, su voz temblorosa mientras retrocedía un paso.

Me enderecé, mi mente acelerada mientras enfrentaba a la figura. "¿Quién eres?"

El hombre se inclinó con una burla teatral, su sonrisa nunca desvaneciéndose. "Laplace, a su servicio... aunque no por mucho tiempo".

El nombre me sacudió como un golpe. Laplace. Había sellado su esencia dentro de Ignis años atrás, en un intento desesperado por contener su poder. Lo había conocido como una fuerza fragmentada y sombría, pero esto—esta manifestación humanoide—era algo completamente nuevo. La verdad me golpeó con fuerza: Ignis nunca había sido un anfitrión. Había sido una prisión. Y ahora, esa prisión se había roto.

"¿Qué quieres?" Exigí, mi voz firme a pesar de la inquietud que se enroscaba en mi pecho.

La sonrisa de Laplace se ensanchó, sus ojos dorados brillando con malicia. "Lo que siempre he deseado: libertad. Y este joven", señaló el cuerpo sin vida de Ignis, "es la clave de mi liberación".

Antes de que pudiera responder, Laplace extendió una mano hacia Ignis. La herida en su garganta comenzó a cerrarse, la carne uniéndose en una grotesca exhibición de venas oscuras y brillantes que palpitaban con una luz de otro mundo. Era como si el tiempo mismo se doblegara a la voluntad de Laplace, remodelando la realidad para satisfacer sus deseos.

Los ojos de Ignis se abrieron de golpe, pero ya no eran los suyos. El cálido ámbar que había conocido ahora estaba entrelazado con un rojo ardiente, un reflejo de la influencia de Laplace. Su mirada estaba vacía, desprovista de la persona que alguna vez había sido.

"Despierta, Ignis", murmuró Laplace, su voz un susurro siniestro que parecía resonar en la cripta. "Desafía al olvido".

El cuerpo de Ignis se levantó con una gracia antinatural, sus movimientos fluidos e hipnóticos, como si fuera un títere controlado por una fuerza invisible. Giró la cabeza lentamente, sus ojos vacíos fijándose en los míos.

"¿Lo ves, Myrna?" La voz de Laplace era un zumbido bajo y resonante que parecía vibrar en las paredes mismas de la cripta. "Sellaste mi esencia dentro de tu pequeño experimento, y ni siquiera la muerte puede romper nuestro vínculo".

Valeria, pálida y temblorosa, dio un paso vacilante hacia adelante. "¡Libéralo, demonio!" gritó, su voz quebrada por la desesperación.

Laplace inclinó la cabeza, su sonrisa goteando burla. "Ah, la hijita de Myrna... tan predecible. ¿Pensaste que podrías jugar con fuerzas más allá de tu comprensión sin pagar un precio?"

Cada palabra era una daga, cortando más profundamente en mi determinación. La verdad era innegable: yo había sido quien encadenó a Laplace a Ignis, pensando que podía controlarlo. Pero había subestimado la profundidad de su poder, el alcance de su malicia. Ahora, esa decisión nos unía, y las consecuencias eran mías para cargar.

"Gracias por concederme un nuevo cuerpo, Myrna", dijo Ignis, su voz una mezcla escalofriante de gratitud y resentimiento. "Ahora, cumpliré mi promesa... comenzaré con Roma".

Antes de que pudiera reaccionar, el cuerpo de Ignis se disolvió en un torbellino de sombras y llamas, el aire a nuestro alrededor volviéndose insoportablemente caliente. Las paredes de la cripta parecieron retorcerse bajo la presión de la energía liberada, y en un instante, tanto Ignis como Laplace desaparecieron, dejando tras de sí solo un vacío que palpitaba con su presencia persistente.

Valeria colapsó en el suelo, jadeando por aire. "¿Qué... qué fue eso?"

Desde mi banco de piedra, aún encadenada, la miré con una mirada fría e inquebrantable. "El precio de jugar con fuerzas más allá de nuestro control, hija. Laplace, sellado dentro de Ignis, nunca se irá realmente. Solo cambiará de jaula".

La Cripta de los Secretos

La cripta no era un lugar ordinario. Había sido construida siglos atrás por mis ancestros, quienes habían entendido los peligros de las sombras y la necesidad de contenerlas. Las runas talladas en las paredes no eran meras decoraciones; eran sellos, diseñados para mantener la oscuridad a raya. Pero incluso ellas parecían temblar bajo la influencia de Laplace, su poder menguante ante su abrumadora presencia.

Valeria se levantó lentamente, apoyándose pesadamente en la pared. Su rostro estaba pálido, sus manos temblaban mientras se secaba el sudor de su frente.

"Madre, ¿qué hemos hecho?" preguntó, su voz apenas un susurro.

"Lo que teníamos que hacer", respondí, aunque las palabras me sonaron huecas incluso a mí. "Laplace es una fuerza que no puede ser destruida, solo contenida. Ignis era nuestra mejor esperanza".

"¿Y ahora?" preguntó, sus ojos llenos de desesperación.

"Ahora, nos preparamos", dije, el peso de la responsabilidad presionándome. "Laplace no se detendrá. Roma es solo el principio".

El Plan de Laplace

Roma. La ciudad eterna, un lugar impregnado de historia, poder y secretos. Laplace no la había elegido al azar. Sabía lo que yacía oculto en sus antiguas calles, dentro de los sagrados muros del Vaticano. Reliquias de inmenso poder, artefactos que podrían amplificar su fuerza y solidificar su dominio. Si llegaba a ellos, no habría forma de detenerlo.

"Valeria", llamé, rompiendo el silencio que se había apoderado de la cripta. "Debemos actuar rápidamente".

"¿Qué podemos hacer?" preguntó, su voz aún temblorosa.

"Reuniremos a nuestros aliados", dije, la determinación endureciendo mi resolución. "Los gitanos, los exorcistas, cualquiera dispuesto a luchar. Laplace no puede ser detenido por una sola persona".

"¿Y si no es suficiente?" preguntó, su mirada llena de incertidumbre.

"Entonces recurrimos a lo impensable", respondí, las palabras pesadas en mi lengua. "Usamos los rituales prohibidos, las magias que incluso yo he temido manejar".

Valeria asintió lentamente, aunque su rostro seguía marcado por la duda. Sabía que no estaba lista para lo que se avecinaba, pero no teníamos otra opción. Laplace era una amenaza que no podíamos ignorar.

El Regreso de Ignis

Mientras hablábamos, un susurro bajo e inquietante llenó la cripta, como si las sombras mismas estuvieran hablando. Me giré bruscamente, buscando la fuente, pero no vi nada. Sin embargo, sabía lo que significaba.

"Maldición", murmuré, una sensación de temor invadiéndome. "No ha terminado con nosotros".

Valeria me miró, confusión y miedo en sus ojos. "¿Qué pasa, madre?"

"Ignis está regresando", dije, el aire a nuestro alrededor volviéndose más pesado. "Laplace no lo ha liberado por completo. Todavía hay una parte de él que lucha".

"¿Y eso es bueno?" preguntó, un destello de esperanza en su voz.

"Depende", respondí, la tensión enrollándose en mi pecho. "Si Ignis puede recuperar el control, podríamos tener una oportunidad. Pero si Laplace lo domina por completo..."

No necesité terminar la frase. Valeria lo entendió. Si Laplace tomaba el control total de Ignis, no habría vuelta atrás.

El Futuro Incierto

La cripta volvió a sumirse en el silencio, pero la quietud estaba cargada de presagios. Sabía que lo que acababa de ocurrir era solo el principio. Laplace no descansaría hasta lograr sus objetivos, y éramos los únicos que podíamos detenerlo.

"Valeria", dije, rompiendo el silencio. "Prepárate. Lo que nos espera no será fácil".

Ella asintió, aunque su rostro seguía pálido e inseguro. Sabía que no estaba lista, pero no teníamos otra opción. Laplace era una amenaza que no podía ser ignorada.

Al salir de la cripta, el peso de la responsabilidad se asentó pesadamente sobre mis hombros. Había sido yo quien había sellado a Laplace dentro de Ignis, y ahora tenía que enfrentar las consecuencias. Pero no estaba sola. Valeria estaba conmigo, y juntas encontraríamos la manera de detener a Laplace antes de que fuera demasiado tarde.

El verdadero horror apenas comenzaba, pero también sabía que no podíamos rendirnos. La lucha contra Laplace no era solo una batalla por nuestra supervivencia, sino por el futuro de todo lo que conocíamos. Y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para protegerlo.

Finalmente, Ignis apareció desde la periferia, su forma oscilando entre sombras y llamas.

"¿Pensaste que te dejaría así nada más?" dijo, su voz una mezcla escalofriante de Ignis y Laplace.

La batalla estaba lejos de terminar.