La noche había caído.
El brillo de las estrellas iluminaba un pueblo en las montañas, añadiendo un aire triste y melancólico a la Aldea Miao Blanca.
Ye Chen se sentaba en la torre del pueblo con su hija. Silenciosamente observaba toda la aldea. Descubrió que la vida de la gente de la Aldea Miao Blanca había dejado de desarrollarse hace 30 años.
Aún utilizaban braseros para la luz, hornillas de barro para cocinar y extraían el agua potable de un pozo.
Sin embargo, se sintió aliviado al darse cuenta de que el terreno en el que vivían era bastante remoto y que la gente de la aldea rechazaba la entrada de extraños.
Un aspecto único de este lugar era que la vista nocturna en la aldea era bonita. Había ranas croando en el campo de arroz lejano bajo las estrellas y el árbol de ginkgo junto a la torre brillaba.
—Papá, tengo hambre —dijo la niña pequeña sosteniendo su barriga plana en su abrazo y no dejaba de quejarse.
—¿Quieres comer una píldora medicinal? —Ye Chen la confortó.