—Anciano, Yagyu Shinyo ha muerto. ¡Ahora es tu turno! —Ye Chen permanecía en silencio en el aire. El viento y la nieve alejaban su largo cabello, revelando un rostro ordinario.
Sin embargo, era este rostro que no podía ser más ordinario el que semejaba una montaña erguida, dando la sensación de admiración.
Permanecía con las manos detrás de la espalda. La forma en que miraba a Yagyu Aida era tan asesina como el infierno.
Yagyu Aida estaba de pie en un pico nevado enfrente de él. Su rostro estaba sereno y no parecía el llamado Santo de la Espada Japonés. En cambio, parecía un erudito.
Ambos se miraron fijamente. Era como si en sus ojos, solo ellos y su oponente quedaran en este mundo y nada más les importara.
En el momento en que sus miradas se encontraron, una intención asesina invisible llenó el lugar.
Al mismo tiempo, el viento se hacía más fuerte y la nieve más espesa.