Un carruaje de metal resonaba a lo largo del sendero empedrado que conducía hacia Ciudad de Palisandro, las ruedas chirriantes luchaban por mantener el ritmo de los poderosos pasos de los dos toros que lo tiraban—uno rojo, uno negro.
La entrada a la ciudad se alzaba adelante, bulliciosa con una gran multitud que sostenía varias banderas con símbolos.
El camino estaba bordeado de mercaderes pregonando sus mercancías, niños jugando en las sombras de los árboles y viajeros dirigiéndose al vibrante corazón de la ciudad.
El aire estaba espeso con los aromas de carnes asadas y dulces pastelitos, mezclados con el olor terroso del bosque que rodeaba la ciudad.
Montando al frente del carruaje iba un joven, redondo en estatura con un rostro enrojecido. Este era Fatty Ben, conocido por todos por su cariñoso apodo.