Su rostro era impecable: rasgos afilados, esculpidos, pómulos altos y ojos que parecían atravesar su misma alma.
El corazón de la Reina Soya se saltó un latido, y una sensación que nunca había sentido antes se propagó por su cuerpo. Sus mejillas se sonrojaron, sus ojos se abrieron de par en par con incredulidad y sus dedos temblaron. Un escalofrío recorrió su piel mientras una oleada de calor surgía desde su pecho, llenándola por completo.
Su agarre sobre el cuchillo titubeó, y este se deslizó de su mano, cayendo inútilmente al suelo. Retrocedió tambaleándose, incapaz de apartar la mirada del rostro de Kent.
Su mente le gritaba que recuperara el control, que actuara, pero su cuerpo se negaba a obedecer. Se sentía completamente hipnotizada, atrapada en la gravedad de su presencia.
Los labios de Kent se curvaron en una sonrisa burlona.
―Te lo advertí ―dijo suavemente, su voz impregnada de ironía.