La gran sala del trono del Castillo Demonio resonaba con las voces enfrentadas de Phillip y el Emperador Demonio.
Antorchas carmesí proyectaban sombras titilantes sobre las paredes de obsidiana, sus llamas resplandecían mientras la tensión crecía. Los ojos carmesí del Emperador Demonio ardían con furia desenfrenada mientras descendía de su imponente trono, su enorme figura irradiaba poder.
—¡Eres un mocoso arrogante! —gruñó el Emperador Demonio, su voz retumbando como un trueno—. ¿Te atreves a burlarte de mí en mi propio castillo?
Phillip Quinn sonrió con suficiencia, su actitud tranquila permanecía imperturbable.
—¿Por qué no? Tu reino ha llegado a su fin y tengo el poder para derrocarte.
—¡Basta! —El Emperador Demonio levantó su mano garras, energía negra se enroscaba alrededor de su puño como una serpiente preparándose para atacar—. ¡Te destrozaré miembro por miembro y me alimentaré de tus restos, humano!