—¿Madre? —Zhou Heng murmuró, sin duda alguna, sintiendo una increíble cercanía en el momento en que vio a la hermosa mujer, como si hubiera una conexión extraordinaria entre ellos.
Este era el lazo de madre e hijo, un hilo inexplicable que los unía en la oscuridad.
—¡Heng'er! —Zhao Kexin estaba medio arrodillada junto a la cama, queriendo tocar el rostro de Zhou Heng con ambas manos, pero temiendo que estuviera demasiado herido, que incluso un toque suave podría dañarlo. Sus ojos estaban llenos de culpa.
—¡Tu madre te ha fallado a ti y a tu padre! —Lágrimas brillaron en sus hermosos ojos—. ¡Madre quería tanto encontrarte, pero... pero hacerlo habría matado a ambos!
—¡Heng'er, no sabes cuánto te ha extrañado tu madre!
Zhou Heng intentó extender su mano, pero un dolor intenso irradiaba de cada parte de su carne y huesos, haciendo que su brazo cayera de nuevo cuando intentó levantarlo. Dio una sonrisa amarga y dijo:
—Madre, sé que todo fue causado por Zhao Duotian.