Cuando Ma Ying Jie finalmente despertó, lo primero que vio fue el rostro sonriente y alegre de Fei Cai.
—¡Joven líder de la tribu, por fin estás despierto! —gritó Fei Cai.
La voz simple y honesta calentó el corazón de Ma Ying Jie. Luchó por sentarse derecho, pero el intenso dolor le hizo hacer una mueca y empezó a brotar espuma de su boca, apenas pudo preguntar:
—¿Dónde estamos?
—Yo tampoco sé dónde estamos, pero deberíamos haber escapado del campo de batalla —dijo Fei Cai rascándose la cabeza y con tono avergonzado.
—¿Campo de batalla? —Ma Ying Jie de repente se sobresaltó e inmediatamente preguntó—. La batalla, ¿qué pasó?
—Perdimos, señor joven líder de la tribu. Muchas personas escaparon y aún más se rindieron —respondió Fei Cai.
El rostro de Ma Ying Jie se puso pálido y su cuerpo tembló, casi desmayándose, pero afortunadamente Fei Cai lo estaba sosteniendo por la espalda.