Zina
Ayer por la noche no pude decírtelo, pero las estrellas deben haber estado celosas de ti porque les robaste su resplandor. Los diamantes nunca se han visto tan bien como te quedaban a ti. Y no tengo un color favorito, pero creo que ahora es el rojo.
—Compañero.
Los días pasaron y todo lo que Zina tenía para aferrarse de Daemon era la carta arrugada que le fue entregada la noche del banquete.
A la mañana siguiente, se había despertado solo para ser informada de que Daemon había viajado a las montañas para... meditar.
Eso había sido todo. No hubo despedidas frías, solo un silencio persistente tras su desaparición.
Zina había luchado para contener la sensación de decepción y esa presión de sentirse como algo desechable por completo. Pero el trauma de sus problemas de abandono había demostrado ser mucho más fuerte mientras se arrastraba de nuevo a su caparazón, olvidándose de las promesas compartidas y los votos hechos.