Lo Llaman El Vidente.

ZINA

Zina solo repasó la conversación que tuvo con su madre cuando logró escapar de la Plaza del Capital y ahora estaba en los confines de su habitación. Sin perder mucho tiempo, convocó a Ablanch quien no dejaba de disculparse una y otra vez por lo ocurrido esa mañana.

—Incluso si debes irrumpir en el castillo y ponerlo patas arriba, debes encontrar mi bastón —ordenó Zina cuando logró calmar al guerrero.

Ablanch lucía una expresión sombría y decidida mientras asentía y se marchaba a cumplir su tarea, pero algo le decía a ella que solo Ablanch no sería suficiente. Con la advertencia de su madre de esconder el bastón, un sentido de urgencia se había apoderado de ella. Siempre había sabido que había algo más en su bastón indestructible. Y ahora que su madre lo consideraba algo malévolo, una inquietud se acumulaba en su estómago al pensar que el bastón hubiera desaparecido esa mañana.