—Buenos días —saludé a todos cuando me uní a ellos para el desayuno. Solo estaban Norman y mi madre en la mesa.
Me quedé hasta tarde anoche leyendo el libro de Emmet con él. Era tan talentoso. No sabía que estaba escribiendo su propio libro sobre diferentes temas de investigación y armas. Incluso mencionó los descubrimientos de la Rosa Púrpura.
Norman solo se burló mientras revisaba un archivo y mi madre rodó los ojos. Me senté frente a ella incómodamente.
El silencio era tan intenso que, si el teléfono de Norman no hubiera sonado, nos habríamos ahogado en él.
Se levantó, contestó la llamada y se alejó de nosotros. Era como si el destino quisiera que sufriera.
Ahora que solo estábamos mi madre y yo, la ansiedad comenzó a subir en mi cuerpo porque podía decir que se estaba preparando para hablar conmigo.
—¿Qué te pasó ayer? —preguntó con un tono frío, con la mirada en la puerta para asegurarse de que nadie la viera hablándome.
—¡Tú! —respondí con una sonrisa sarcástica.