Ella ignoró cómo sus manos le arañaban el brazo mientras metía la mano en el bolsillo para sacar una navaja justo cuando los policías irrumpieron con sus armas apuntando hacia ella, Ashley siguiéndola como un cachorro empapado.
—¡Pongan las manos en el aire!
—¡No le disparen joder! ¡Es mi hermano! —gritó Ashley, pero los policías todavía tenían a Theresa a punta de pistola.
—Pongan las manos donde pueda verlas M... —dijo uno de ellos, sin estar seguro de si referirse al extraño como señor, señora o señorita.
—Tú disparas, y yo lo mato... Sé exactamente el lugar donde pasar esta hoja afilada y acabar con él, así que no pienses que lo dejaré ir fácilmente —advirtió Theresa y los ojos de Andrés se agrandaron.
—No disparen. No disparen —balbuceó Andrés, casi vomitando sangre cuando sintió la navaja presionada contra su cuello.
Ashley los miró impotente a los dos antes de girarse hacia los policías.
—¡Hagan algo, chicos!