—Ya has dicho suficiente —dije, con voz fría y definitiva—. Esta es la última vez que tenemos esta conversación, Caín. La próxima vez que te vea, no serán palabras lo que intercambiemos. Será sangre.
—Él sonrió, una sonrisa oscura y retorcida que envió un escalofrío por mi espalda—. Oh, hermano, no lo querría de otra manera. Pero recuerda —cuando la verdad salga a la luz, y ella te mire con el mismo miedo que una vez reservó para los monstruos del exterior, no seré yo a quien odies. Serás tú mismo.
La pantalla se volvió negra, sus palabras quedaron flotando en el aire como una nube tóxica. Yo estaba allí, con el pecho agitado, mi mente acelerada. Él estaba equivocado. Tenía que estarlo. Pero sus últimas palabras resonaban en mi mente, un susurro cruel de duda que se negaba a ser silenciado.