Implicaciones Desastrosas

Eve

La mujer embarazada apenas tuvo tiempo de gritar antes de que me estrellara contra ella, arrojándola hacia el vehículo con un crujido metálico. Mis mandíbulas se detuvieron a escasos centímetros de su garganta, mi aliento caliente y entrecortado.

Luchó contra mí, pero mi peso no era algo que pudiera resistir. Sus manos se transformaron en garras, sus colmillos y nariz se alargaron hasta convertirse en el hocico de un lobo marrón —pero seguía sin ser suficiente.

—¡Esto no era parte del trato! —me gritó frustrada, sus palabras filtrándose entre gruñidos—. ¡Yo no soy el maldito objetivo! ¡No te atrevas a tocarme!

Pero entonces

Otro latido.

Débil. Vacilante.

No el suyo.

Me congelé.

Lentamente, temblando, bajé la cabeza y presioné mi oído contra su vientre. Mi respiración se detuvo, mi nariz rozó su piel, buscando... esperando... desesperada por sentir ese latido diminuto, ese débil aleteo de vida.

Nada.