La Bomba

La palabra—mestizo—golpeó más fuerte que las ataduras podrían hacerlo jamás. Más fuerte que la losa de acero bajo mi espina. Más fuerte que las acusaciones. Más fuerte que el veneno de los Montegues. Porque vino de él. Hades. Mi compañero. El hombre que una vez susurró mi nombre como una oración y me sostuvo como una promesa. ¿Y ahora? Me llamó mestizo. No era solo un insulto—era una sentencia. Un rechazo de todo lo que era, todo lo que me quedaba. Me estremecí como si me hubiera abofeteado. Mi garganta se contrajo mientras mi corazón retumbaba contra mis costillas, no de rabia… sino de dolor. Él no me creía. No lo haría. Mi boca se abrió—no salió ningún sonido. Intenté de nuevo, apenas respirando las palabras.

—Hades… por favor.

Él me miró, pero ya no era él. No el hombre que recordaba. No el hombre que una vez se interpuso entre mí y cualquiera que quisiera hacerme daño. Sus ojos ahora… estaban vacíos. Fracturados. Algo más oscuro había echado raíces en él.