inspiracion

(Aunque yo llamo a esta época el principio del fin).

Todo comenzó como cualquier otro día. Era el año 27 de mis estudios. Hacía un poco de calor, ya que nos acercábamos a las estaciones cálidas. Llevaba una blusa ligera negra con mi habitual bata blanca encima. Aunque mi aspecto no era tan desaliñado como cuando nos conocimos, seguía despeinado y mis ojeras comenzaban a formarse.

Fue mientras escribía sobre los resultados de los componentes ligeramente volátiles y cómo interactuaban entre sí, cuando la puerta de mi viejo laboratorio se abrió de golpe. Recuerdo haber pensado que, si no fuera automático el sello de la habitación anterior —el que sirve para limpiar y esterilizar todo el cuerpo—, habría echado a perder varias máquinas, componentes y muestras delicadas.

Luego volví a dar gracias, ya que su apariencia desordenada y la piel húmeda solo alimentaron el inicio de ciertas fantasías. Recuerdo haberme insultado varias noches después por eso.

Caminó directo hacia mí, con esa energía desbordante que parecía ignorar por completo el ambiente delicado del laboratorio. Venía empapado, probablemente por alguna práctica acuática, y su cabello chorreaba, dejando marcas en el suelo esterilizado. Aún así, parecía no importarle. Su sonrisa, como siempre, iluminaba la habitación más que cualquier lámpara de seguridad.

—¡Lunix! ¡Tengo una idea! —gritó con ese entusiasmo que no sabía contener.

Yo apenas levanté la vista de mis notas, aunque ya era tarde para fingir indiferencia. Él se había abalanzado sobre una de las sillas con ruedas y se deslizó hasta mi lado, mientras los sensores del laboratorio lanzaban alertas silenciosas por la humedad en el ambiente. Me limité a suspirar.

—¿Podrías al menos secarte antes de entrar? ¿Tienes idea de lo que podría pasar si una gota cae sobre el catalizador 7-A?

Él solo rió. Esa risa que aún puedo escuchar a veces, incluso en mis peores noches.

—Lo siento, lo siento, pero escúchame —dijo, mientras intentaba peinarse con los dedos sin mucho éxito—. ¿Qué pasaría si combinas un hechizo de retención de flujo con una partícula de ralentización temporal? ¡Podríamos suspender la energía sin necesidad de una fuente continua!

Mi cerebro tardó unos segundos en procesar su idea. Era una locura. Una absurda, maravillosa locura.

Y lo peor… es que funcionaba.

Antes de que se le ocurriera esa idea, habíamos estado intentando fusionar la magia con la tecnología. Pero los resultados habían sido mínimos. Años antes, cuando comenzamos con esta experimentación —y gracias a esa fantástica idea— pudimos crear los primeros estabilizadores crono-temporales. En otras palabras: adiós a la comida espacial. Si el experimento resultaba, sería uno de los principales avances para la mejora de la navegación interplanetaria.

Hasta ese momento en la historia, las expediciones solo podían realizarse con maquinaria. En las naves no se podía usar magia, ya que los campos de energía entre ambas causaban un desequilibrio… y todo terminaba en accidentes.

Recuerdo que, al darme cuenta, salté de mi silla y comencé a dar vueltas por el laboratorio, moviendo máquinas y presionando botones, mientras hablaba con la computadora para verificar la viabilidad de la fórmula… sin que nos explotara en la cara.

Al notar mi entusiasmo, Fleim se puso de pie de un salto, lanzó la silla giratoria lejos y se acercó a mí.

Fue justo entonces cuando la voz electrónica dijo:

—Datos confirmados. Viabilidad exitosa: 90%. Felicidades, aprendiz Lunix, aprendiz Fleim.

Al terminar de escuchar la voz de la computadora, una sonrisa se extendió por mi rostro. Fleim se acercó a mí, y sin darme cuenta —o quizás por la emoción— no pude evitar abrazarlo y darlo vueltas.

Hasta ese momento no me había permitido estar demasiado cerca de él. Sabía que reaccionaría ante su cercanía, y quería seguir engañándome respecto a mis sentimientos. Pero en el instante en que me detuve y lo bajé, quedando demasiado cerca y mirándonos directamente a los ojos… fue como si me arrojaran un balde de hielo por la espalda. Y en mi cabeza resonó la voz de uno de mis amigos:

—Te dije que te gustaba.

Solo solté una risa más y di un paso atrás, ocultando mi nerviosismo con la emoción del momento.

Hasta entonces, si antes estaba al borde de un precipicio… ahora había caído de lleno en él.

Y fue en medio de esa emoción cuando una llamada entró por las pulseras. Ambos nos separamos un poco más y revisamos quién llamaba.

Si hubiera sabido quién llamaba a Fleim, habría interrumpido la señal. Si hubiera sabido todo lo que vendría después, habría borrado los datos del proyecto.

Pero no lo sabía.

Y tampoco sabía que, dentro de poco, mi vida —y la del mundo— daría un giro inesperado.

Solo pude ver el rostro de Fleim volverse cada vez más pálido y angustiado.

Aunque al principio no sabía qué hacer, decidí acercarme a él para saber qué sucedía y ofrecerle algo de consuelo. Entonces lo escuché:

La madre de Fleim estaba embarazada.

Después de que la llamada se cortara, se dio la vuelta y hundió su rostro, lleno de lágrimas, en mi pecho. Me costó un poco sacarle la historia.

Al parecer, había asistido a una fiesta y había bebido demasiado. Claro, los embarazos no suelen ser comunes por muchas razones: desde los riesgos de complicaciones, desequilibrios hormonales, peligros para el feto, hasta el prolongado periodo de gestación y la posible inestabilidad genética que puede producirse.

Aunque mi familia es numerosa, solo cuatro de nosotros hemos nacido de embarazos naturales. Tanto por la salud de los hijos como la de los padres, y aunque nuestra tecnología es avanzada, los únicos capaces de lidiar con embarazos son los magos médicos, debido a la magia involucrada en la formación del feto.

Me costó bastante detener su llanto y explicarle que las cosas no eran tan malas ni tan peligrosas, usando mi propia existencia como ejemplo. Aunque no pude evitar divertirme cuando, en medio de su enfurruñamiento, murmuró que su madre era una anciana que ya no debería hacer ese tipo de cosas.

Una vez calmado, se dio cuenta de la posición en la que estaba y su rostro se puso increíblemente rojo, casi haciendo juego con su cabello.

Estábamos en el suelo, él sentado en mi regazo, con las piernas a cada lado, sus brazos dentro de mi bata, abrazando con fuerza mi espalda y su cara acurrucada entre mi cuello y clavícula.

Aunque era una posición bastante íntima, ninguno de los dos quería moverse. Yo estaba agotado por los experimentos anteriores, la repentina subida de adrenalina y la histeria que siguió, además de tener las piernas entumecidas por su peso.

Él, por su parte, había corrido una gran distancia desde los camerinos solo para terminar atravesando un vórtice emocional y acabar en el suelo, sentado sobre mí, con los brazos firmemente enredados en mi espalda.

A final de cuentas, fue la vergüenza la que ganó. Lo empujé suavemente y terminó rodando por el suelo del laboratorio, mientras yo caía de espaldas al piso.

Aun con la cara roja, los corazónes latiendo a mil por hora y la respiración agitada, ninguno de los dos fue capaz de moverse por un buen rato. Ambos le echamos la culpa a las actividades anteriores y a la tensión de la llamada. Decidimos ignorar completamente la posición en la que nos habíamos encontrado y nunca hablar de ello.

A veces desearía que las cosas hubieran tomado otro rumbo ese día. Que me hubiera atrevido a tomar su rostro entre mis manos y besarlo, prometiéndole que todo estaría bien, que sin importar lo que viniera, lo enfrentaríamos juntos.

Pero las cosas no fueron así. Cada uno estaba demasiado atrapado en sus propios problemas, envuelto en sus emociones, como para lidiar con una relación. Sin mencionar el miedo de arruinar nuestra amistad.

Los días siguientes estuvieron llenos de emoción y de pruebas. Toda la experimentación resultó exitosa y nuestro proyecto avanzó. Así pasaron los meses… hasta que un día nos encontramos frente a un condensador temporal estable: un motor capaz de detener el tiempo de ciertos elementos.

Solo nos faltaba un equipo más grande que nos ayudara con la parte técnica, la ingeniería mecánica y el diseño del producto final.

Pero hasta entonces, mi mirada no podía apartarse de su rostro, iluminado por la luz celeste que emitía el motor.

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Sistema Cardiovascular Tricorazónico de los Edens

La especie conocida como los Edens evolucionó con tres corazones, no por azar, sino como resultado de las duras condiciones de su planeta natal Oniria y su posterior expansión a ambientes extremos en otros mundos.

Corazón central (cardis principalis):

Es el corazón más grande, ubicado en la posición torácica central. Se encarga de bombear sangre oxigenada a todo el cuerpo, al igual que lo haría un corazón humano. Su función principal es mantener el flujo sanguíneo en condiciones normales de actividad.

Corazón secundario (cardis arcano):

Ubicado cerca del plexo solar, este corazón trabaja en sincronía con los flujos energéticos del cuerpo. No solo bombea sangre, sino que también filtra y regula la energía mágica que circula por los conductos especializados (similares a meridianos o canales etéreos). Es esencial para que los Edens puedan usar magia sin colapsar físicamente. Durante el uso intensivo de magia, este corazón aumenta su actividad.

Corazón de reserva (cardis auxiliar):

Localizado más hacia la parte baja del torso o cerca de la espalda, este corazón entra en acción durante condiciones extremas: baja presión atmosférica, temperaturas extremas, heridas graves o cuando uno de los otros dos falla. También ayuda a redistribuir el flujo sanguíneo y energético en ambientes distintos, permitiendo a los Edens sobrevivir en planetas con condiciones adversas.

Ventajas evolutivas:

Mayor resistencia y regeneración.

Soporte para el uso constante de energía mágica sin desgaste corporal inmediato.

Adaptación a múltiples atmósferas y gravedades.

Redundancia fisiológica para evitar muerte por fallo único.