- "Elisa lucha contra criaturas oscuras y una maldición mortal para salvar a Mitsuki, pero el tiempo se agota. Mientras un misterioso enemigo revela sus planes infernales, una batalla desesperada por la supervivencia llevará a Elisa a enfrentarse a su mayor miedo. ¿Podrá salvar a Mitsuki antes de que sea demasiado tarde?" -
Elisa cruzó finalmente la primera puerta sin mirar atrás. Al instante, un frío cortante le recorrió el cuerpo, como si el aire mismo tratara de arrancarle la fuerza. Las paredes, antes sólidas, se transformaron en una especie de carne palpitante, cubierta de ojos que la observaban fijamente. Cada paso resonaba como un eco interminable, como si el lugar quisiera recordarle que estaba completamente sola.
De repente, una voz infantil, susurrante pero claramente audible, resonó en el aire:
—¿Por qué lo intentas, Elisa? Él ya está condenado... Igual que tú ahora.
Elisa apretó los puños, ignorando las palabras, y avanzó con pasos firmes. Frente a ella apareció una figura oscura, similar a la criatura anterior, pero más pequeña, con una sonrisa torcida que parecía flotar en el aire. Antes de que pudiera reaccionar, la figura extendió su brazo, y una pared de sombras se levantó, bloqueándole el camino.
—¿Quieres salvarlo? Entonces respóndeme esto: ¿sacrificarías tu propia vida por alguien como él? —preguntó la figura, con una risa macabra que se amplificaba en todas direcciones.
Elisa, con sus ojos morados brillando intensamente, respondió sin dudar:
—No hay tiempo para tus juegos.
Sin previo aviso, disparó una ráfaga de energía púrpura hacia la figura, que se disolvió en una neblina negra. Sin embargo, apenas dio un paso más, la niebla se condensó detrás de ella y formó una serie de manos espectrales que intentaron sujetarla. Elisa las esquivó con agilidad, pero una logró arañarle el brazo, dejando un rastro oscuro que empezó a extenderse lentamente por su piel.
—Esto no es solo un lugar, Elisa. Es una prueba de vida o muerte —dijo la voz, resonando desde todas las direcciones.
Elisa mantenía la calma, aunque su brazo inmóvil le recordaba que el tiempo estaba en su contra. Con su mano aún cubierta de energía, intentó deshacerse de la expansión oscura que se extendía por su piel, pero esta no cedía. Sus ojos morados brillaron intensamente mientras murmuraba para sí misma:
—No tengo tiempo para esto.
La criatura en el suelo soltó una carcajada hueca.
—Tienes carácter, lo admito. Pero dime, ¿qué prefieres? ¿Seguir hacia otra puerta y perder tiempo o ahorrártelo enfrentándote a... —
—A quien sea —interrumpió Elisa, con voz firme y cortante.
La criatura se detuvo un instante, claramente desconcertada por su respuesta. Luego, su sonrisa torcida volvió a aparecer.
—Me gusta tu determinación. Veremos si la conservas.
El suelo detrás de Elisa tembló, y con un estruendo ensordecedor, un ser grotesco cayó del techo, aterrizando con tal fuerza que el impacto retumbó en todo el lugar. Era una figura alta y amenazante, con un cráneo púrpura de mentón afilado y sin rasgos faciales, como si el vacío mismo se hubiera moldeado en su rostro. Su piel escamosa de un verde oscuro parecía vibrar con vida, y cada movimiento suyo emitía un sonido rasposo, como si estuviera hecho de piedra raspando metal.
Elisa, sin inmutarse, mantuvo su mirada fija en la criatura del suelo. No se movió ni volteó al escuchar al ser detrás de ella. Su calma parecía casi antinatural, como si estuviera por encima del miedo que el lugar intentaba imponerle.
La criatura del suelo, divertida, agregó:
—Él es tu primer obstáculo. No es un simple monstruo... Él es el guardián de este pasillo, y le encanta... arrancar extremidades.
Con una lentitud intimidante, Elisa finalmente se giró. Su mirada fría y calculadora chocó con la presencia imponente del ser. Dio un paso adelante, inclinando ligeramente la cabeza, evaluándolo.
—¿Así que tú eres el más fuerte de aquí? —preguntó, con un tono gélido.
El guardián no respondió con palabras. En su lugar, emitió un rugido profundo, como un eco que reverberaba por todas las paredes, y dio un paso hacia ella. Sus garras, largas y afiladas, rasgaron el suelo a medida que avanzaba, dejando marcas ardientes en la carne palpitante del piso.
Elisa levantó su brazo inmóvil, ahora completamente infectado por la oscuridad, y con su otra mano acumuló energía en forma de un aura púrpura brillante.
—Lamentablemente iré rápido.
Y así comenzó la batalla.
El guardián cargó hacia Elisa con movimientos rápidos y brutales, a pesar de su tamaño colosal. Cada golpe generaba un pequeño temblor, desgarrando el suelo y las paredes a su paso. Elisa, con una mirada fría y calculadora, se movía con precisión, manipulando la gravedad a su favor. Por cada golpe que parecía imposible de esquivar, ella alteraba el peso del brazo del monstruo, desviándolo o ralentizándolo lo suficiente para evitar el impacto completo.
Sin embargo, en un descuido, el guardián logró conectar un golpe directo en su espalda. El sonido del impacto y el crujido de uno de sus huesos hicieron eco en el silencioso pasillo. Elisa cayó de rodillas por un segundo, respirando con dificultad mientras el dolor recorría su cuerpo como un relámpago.
—No voy a negar que tienes fuerza —dijo entre dientes, levantándose lentamente. Su brazo cubierto de energía púrpura brilló más intensamente, como si el dolor solo alimentara su determinación.
El guardián no se detuvo, lanzándose de nuevo hacia ella sin emitir un solo ruido, su cuerpo escamoso moviéndose como una sombra acechante. Elisa esta vez no esperó; con un movimiento rápido de su mano, alteró la gravedad a su alrededor, haciendo que el guardián cayera bruscamente al suelo, creando un cráter con el impacto.
—Si crees que con pura fuerza bruta será suficiente, te equivocas —dijo, mientras su energía púrpura empezaba a extenderse por todo su cuerpo, aumentando la intensidad de sus movimientos.
A pesar de la caída, el guardián se levantó de inmediato y saltó hacia ella con una agilidad aterradora. Elisa lo esperaba, amortiguando el impacto de sus garras con un campo gravitatorio, pero el peso del ataque todavía la hizo retroceder varios pasos.
—Tienes resistencia... pero no cerebro —murmuró, esbozando una sonrisa sarcástica mientras acumulaba más energía en su mano móvil.
Elisa sabía que no podía permitirse un enfrentamiento prolongado. Cada segundo contaba, y Mitsuki dependía de que ella llegara al núcleo. Ajustó su postura, ignorando el dolor en su espalda, y se preparó para el siguiente movimiento del monstruo.
Elisa forzó su brazo debilitado a moverse, ignorando el dolor mientras acumulaba energía púrpura en todo su ser. La intensidad creció rápidamente, pero entonces algo extraño la invadió: una sensación pesada, como si algo oscuro estuviera infiltrándose en su interior.
Desde lo alto, la criatura que observaba todo apuntó hacia ella con sus cuernos, y un ataque oscuro se precipitó hacia ella como una flecha. Elisa apenas tuvo tiempo de reaccionar. La oscuridad envolvió completamente su brazo debilitado, y antes de que pudiera hacer algo, sintió cómo la energía se desbordaba fuera de control.
Con un estruendo seco y desgarrador, su brazo explotó en mil pedazos. Fragmentos de carne y energía se dispersaron por el aire, dejando un vacío aterrador donde antes estaba su extremidad. Elisa retrocedió un paso tambaleándose, con los ojos abiertos de par en par mientras el dolor se extendía por todo su cuerpo.
Por puro instinto, colocó su otra mano sobre el hueco sangrante que le quedaba, intentando contener la hemorragia con la energía que aún podía reunir. Pero el dolor y el impacto la sobrepasaron, y sus rodillas chocaron contra el suelo con fuerza.
El guardián, inmóvil y silencioso, permanecía frente a ella como una sombra imponente. Elisa alzó la mirada hacia él, jadeando y con una mezcla de furia y frustración en sus ojos, pero ahora, arrodillada y debilitada, su situación parecía desesperada.
Elisa, con el cuerpo temblando y al borde de sus límites, levantó la cabeza y miró con odio puro hacia la criatura que flotaba arriba. Su mirada ardía como brasas encendidas, y sin contenerse, le gritó:
—¡Maldito cobarde! ¡Hazlo de nuevo si tienes huevos, puta escoria!
La criatura se quedó en silencio por un momento, pero luego estalló en carcajadas que resonaron como ecos burlones por todo el lugar.
—¡Como desees! —respondió con sarcasmo, levantando una mano para invocar de nuevo aquel rayo oscuro, cargado de una energía aplastante.
Elisa se quedó inmóvil, su expresión llena de rabia pero con algo más escondido detrás de sus ojos. Cuando el rayo comenzó a descender, rugiendo con una fuerza devastadora, sus ojos se abrieron como platos.
La criatura y el guardián observaron el descenso con una satisfacción sádica, seguros de que este sería el golpe final. Pero, en el último instante, antes de que el rayo impactara, algo cambió. En un abrir y cerrar de ojos, las posiciones de Elisa y el guardián se invirtieron.
El rayo no alcanzó a Elisa. En su lugar, golpeó de lleno al guardián, atravesándolo como una lanza. Una explosión ensordecedora llenó el lugar, y los restos del cuerpo escamoso del guardián se desintegraron en la oscuridad.
Elisa permanecía arrodillada, todavía sujetándose el hueco donde había estado su brazo, con el sudor y la sangre empapando su atuendo. Pero, a pesar de su dolor, comenzó a reír. Una risa eufórica, cargada de desafío y satisfacción.
—No pude ver mucho de lo que era capaz, es una pena —dijo entre carcajadas, mirando hacia la criatura con una sonrisa torcida—.
Una puerta se abrió con un crujido que resonó en el enorme vacío oscuro. Elisa, aún tambaleante y sosteniéndose el hueco de su brazo perdido, levantó la mirada. Al otro lado de la puerta, sus ojos se abrieron de par en par: el núcleo, la fuente de toda la maldición, no estaba flotando ni protegido en un pedestal. No.
La puerta se terminó de abrir con un chirrido profundo, y al otro lado, Elisa quedó inmóvil. Allí, sosteniendo el núcleo con sus múltiples tentáculos, estaba la primera criatura, aquella que había orquestado todo desde las sombras. Su forma grotesca y sus ojos brillantes la miraban con burla.
Elisa sintió cómo la rabia y el miedo se mezclaban en su pecho. No esperaba que fuera él quien tuviera el núcleo.
—¿Sorprendida? —dijo con una voz burlona mientras alzaba el núcleo frente a ella—. Te lo dije... perdiste el tiempo.
Elisa apretó los dientes, sus puños temblando de impotencia.
—¿Qué... qué es todo esto? ¿Qué ganas hacerle esto a Mitsuki? ¿Qué sentido tiene? —gritó, su voz quebrándose al recordar a Mitsuki atrapado, agonizando, invadido por la maldición.
La criatura rió, una risa que resonó como un eco macabro en el lugar.
—¿Qué ganamos? A corto plazo, diversión... nada como ver a un ser desmoronarse lentamente mientras su cuerpo se pudre desde adentro. —Se detuvo, acercando el núcleo a su rostro, como si lo contemplara con admiración—. Pero a largo plazo...
Elisa lo miró fijamente, su corazón latiendo con fuerza.
—¿A largo plazo qué? —preguntó, aunque parte de ella no quería oír la respuesta.
—A largo plazo, abriremos las puertas del inframundo. Los seres como yo, exiliados de rincones olvidados de los planetas, seremos reconocidos. Volkarn, el rey del inframundo, nos llamará a su lado. Seremos los elegidos, los heraldos de su poder en este plano.
Elisa sintió que el mundo se detenía. Ese nombre... Volkarn. La mera mención la hizo tambalearse, como si la gravedad hubiera cambiado de golpe.
—Volkarn... —murmuró, su voz apenas un susurro. Sus recuerdos fragmentados comenzaron a aflorar, pero no podía permitirse distraerse.
La criatura se dio cuenta de su reacción y soltó una carcajada oscura.
—Oh, veo que conoces ese nombre. Qué conmovedor. Pero no importa, niña. Ya es demasiado tarde. —La criatura levantó el núcleo más alto—. Fue divertido verte luchar, pero ahora este juego llega a su fin.
Antes de que pudiera reaccionar, la criatura abrió su boca desproporcionadamente y devoró el núcleo de un solo bocado. Una explosión de energía oscura recorrió el lugar, llenándolo de un aura opresiva.
Elisa se tambaleó, sus ojos llenos de desesperación. En ese instante, su mente se llenó de la imagen de Mitsuki: atrapado, su cuerpo invadido por los tentáculos, agonizando en el ataúd metálico.
—Maldición... ¡¿Porqué?! —gritó Elisa, su voz desgarrada por la rabia.
La criatura bajó la mirada hacia ella, ahora más imponente que antes.
—La maldición del abismo no solo infecta, niña. Su propósito es simple: causar un sufrimiento tan atroz antes que el alma logre dejar el cuerpo. ¿No es bello?
De repente, se escuchó un sonido sordo, seguido de un crujido que llenó el aire. La criatura pareció sobresaltarse, pero antes de que pudiera reaccionar, su cráneo explotó en mil pedazos.
La sangre y restos oscuros mancharon el suelo mientras la criatura se desplomaba, dejando caer el núcleo. Elisa lo observó en shock, jadeando.
—¿Qué... qué acaba de pasar? —susurró la otra criatura, incapaz de entender lo que había sucedido.
Fin del capítulo.