Problemas

Atenea estaba hablando con un paciente cuando su puerta fue bruscamente pateada y abierta.

Su paciente, a quien estaba aconsejando, gritó aprensivamente, sobresaltado de sus huesos.

Era un hombre anciano, de unos sesenta y cinco años.

La tensión en su rostro causó a Atenea una gran incomodidad.

Ella odiaba que sus pacientes fueran molestados en su espacio, especialmente cuando les hablaba o los trataba.

Cada vez, se aseguraba de que estuvieran cómodos, pero ahora Ewan y su estúpida novia habían roto esa racha.

Atenea apretó los puños mientras se disculpaba con el anciano que seguía mirando a Ewan.

—Lo siento por la intrusión, señor. Puede irse ahora. Discutiremos más en nuestra próxima reunión.

—¿Estará bien? —preguntó el paciente, lanzando miradas nerviosas entre los intrusos y su médico.

—¿Debería llamar a los guardias de seguridad? No quiero que salga lastimada.

Sandro estaba divertido, pero contento con la reputación de Atenea entre sus pacientes.