—Mamá, te ves nerviosa —habló Nathaniel, provocando que Atenea mirara de nuevo su reflejo en el espejo con un destello de vulnerabilidad. Había estado mirando su reflejo, buscando algo que pudiera proporcionarle una sensación de calma antes de la tormenta.
Al oír la preocupación de su hijo, cerró los ojos por un momento, tomando una respiración profunda para calmarse. Cuando los abrió de nuevo, los restos de su ansiedad habían sido reemplazados por una fría y acerada determinación brillando en sus ojos.
—No tienes que preocuparte, mamá. No vamos a dejar que él gane —continuó Nathaniel, imperturbable. Tomó fuertemente su mano en la suya, mientras Kathleen tomaba la otra mano. Su tacto era reconfortante, una seguridad contra la creciente presión que ella sentía.
—Ganaremos esto, mamá. Es un hecho consumado. Es inevitable —concluyó Nathaniel con una confianza que habría calentado su corazón, si no estuviera tan preocupada con sus propias emociones revueltas.