Ewan no podía molestarse con su hija, no con ese gesto adorable y de puchero que hacía su boca, mientras le parpadeaba inocentemente. Se echó a reír, totalmente divertido.
—Tienes una boca bien afilada, Kathleen. Me agrada —dijo, riéndose después, aún más complacido cuando Kathleen se unió a él.
La niña había esperado una observación cortante, una reprimenda bien afilada, como se espera de los mayores, pero este hombre aquí, que parecía bastante interesado en ellos, se estaba riendo. Peor aún, su risa era contagiosa. La risa era de ella y de Nate. Casi la misma.
—¿Te agrada que ella tenga una boca afilada? A madre no le parece —Nathaniel habló, cortando la risa de golpe, aunque la tensión en los bordes de sus labios indicaría a un observador que él también estaba entretenido.
—Lo dudo. Tu madre también tiene la lengua bien filosa. ¿La has visto en acción? —preguntó Ewan, abriendo los ojos exageradamente, sentándose erguido.
Nathaniel sonrió, levemente.