Simplemente una reunión de negocios IV

Ewan supo el momento en que Atenea desenterró el nombre del topo.

Sintió una punzada de dolor por ella al ver un sinfín de emociones pasar por su rostro: incredulidad, dolor, ira y, finalmente, resignación, una aceptación arraigada en la confirmación de una sospecha.

—¿Lo sospechaste en algún momento? —preguntó, queriendo prolongar el tiempo que pasaban juntos, una conexión fugaz forjada en la urgencia y la incertidumbre.

Atenea asintió sombría, con los ojos pegados al documento que contenía las pruebas condenatorias. Su mente corría, absorbiendo cada detalle sobre el hombre en cuestión, el hombre que una vez pensó leal.

—Pero aún hay algunos vacíos legales… —dejó caer el teléfono sobre la mesa, con la decepción arremolinándose dentro de ella. Deseaba que el documento fuera más largo, lleno de más respuestas a sus muchas preguntas.

—¿De Araña? —encontró la mirada de Ewan cuando este permaneció en silencio, con una expresión pensativa.