El sudor frío se deslizaba por la frente de Álvarez, sintiendo cómo atravesaba su camisa mientras las vibraciones nerviosas recorrían su cuerpo bajo el escrutinio intenso de las personas que lo rodeaban.
Era como si la mirada colectiva del mundo estuviera enfocada únicamente en él. Su juego había terminado.
Clavó sus manos firmemente sobre la mesa, los nudillos pálidos contra la superficie oscura, mientras contemplaba su próximo movimiento, ignorando el pozo de vergüenza que crecía dentro de él con cada segundo que pasaba bajo el peso de sus miradas de decepción.
El informe detallado de Ewan permanecía en su mente: sabía que solo una intervención divina podría salvarlo ahora.
—Yo… —comenzó, pero las palabras se desvanecieron, fallándole como la esperanza que una vez tuvo. Todos en la Organización Nimbus ya estaban al tanto de sus operaciones ilegales.