—Gracias —murmuró Atenea, aunque con gratitud, aceptando el pañuelo de seda blanco que Ewan le dio para limpiarse las manchas de sangre de la cara y el cuello—. Lo lavaré, plancharé y tendré listo antes de la próxima vez que nos veamos…
Ewan rió con ganas en respuesta.
—¿Cómo sabrás la próxima vez que nos veamos…?
Atenea abrió la boca para responder, pero Ewan se le adelantó.
—No importa. Puedes quedarte con el pañuelo. —Un encogimiento de hombros—. Como recuerdo… —añadió tras una pausa, sonriendo al ver que una sonrisa genuina y suave se posaba en los labios de Atenea.
Estaba bastante satisfecho con esto, ya que la única sonrisa que había embelesado sus labios desde su encuentro con Morgan —hasta ese momento— era una siniestra, una cruel que sólo una madrastra malvada podría lograr.