Griffin quizá no era el más intelectual de los alfas, pero ciertamente no estaba ciego a lo que sucedía a su alrededor. En este momento, Alaric parecía un ciervo atrapado en los faros, con la culpa prácticamente rezumando de él.
Griffin entrecerró los ojos, cruzándose de brazos sobre su amplio pecho. —No me digas que ustedes dos se acostaron.
—No, ¡no lo hicimos! —soltó Alaric, casi ahogándose con su propia saliva en su prisa por negarlo—. Solo... nos besamos. No una vez —admitió con reluctancia, rascándose la nuca—. Y, eh... bajo la lluvia.
Griffin soltó un silbido bajo, con una sonrisa burlona asomando en la esquina de sus labios. —¿Fue tan bueno, eh?
La cara de Alaric se volvió aún más roja mientras buscaba palabras, desviando la mirada.
—Pero quieres acostarte con ella, ¿no? —presionó Griffin, con un tono casual pero una mirada escrutadora.
Alaric le lanzó una mirada desafiante, recuperando algo de compostura. —¿Y tú no?