—¡Alaric! —llamó Griffin tras el Alfa reticente, pero este no disminuía la velocidad ni lo reconocía.
—¡Vamos, Alaric! —Griffin exigió su atención, pero todavía no había respuesta.
Frustrado, el gran Alfa alcanzó a Alaric, lo agarró del hombro y lo giró hacia él. Pero en el momento en que Alaric se volvió, sus ojos azules destellaron con ira.
—¡Ni una palabra sobre ella! —siseó a Griffin.
No era difícil adivinar su intención con su implacable persecución. Excepto que su amigo no retrocedía.
—¡Sabes que es exactamente por ella! —replicó Griffin, impasible.
En respuesta, un trueno sombrío y amenazante resonó sobre ellos como una advertencia. Como si eso no fuera suficiente, el aire chisporroteó a su alrededor, estática recorriéndole la piel. Sus músculos se contrajeron mientras la carga del cuerpo de Alaric chispeaba contra él, los finos vellos en sus brazos se erizaban en respuesta