—Asher supo en ese momento que la había cagado completamente y de forma real.
Había obligado a Adele a olvidar todo lo que había ocurrido, justo cuando su propio destino también parecía estar en juego.
A Asher le cayó el veinte de que estaba perdiendo el control; la finura perfecta de la que se enorgullecía estaba resquebrajándose. Y eso, por sí solo, era frustrante.
Todo debía alinearse con sus planes. Después de todo, él era el titiritero, el que movía los hilos y observaba cómo todos bailaban. Pero ahora, los hilos se enredaban, y cometía error tras error, como si hubiera perdido su toque.
—Joder —Asher maldijo entre dientes—. No podía obligar a Adele a recordar de nuevo, al menos no hoy. La mente era algo frágil, y la compulsión era una fuerza invasiva. La mente no era una caja de acertijos irrompible y manipularla demasiado podría desgarrar sus delicados hilos, y dañar a la preciada sanadora de Elías traería consecuencias que no necesitaba en ese momento.