Sé un Pícaro

—¡Lila! —gritó Violeta, su voz casi perdida en el incesante aguacero. La lluvia nublaba su visión y, aunque hacía un momento estaba sujetando la mano de Lila, una repentina ráfaga de escombros llevada por el viento las había separado.

—¡Estoy aquí, Princesa! —respondió Lila, y en un instante, estaba al lado de Violeta—. Solo no la sueltes, pase lo que pase.

Y sí, Lila no necesitaba decirlo dos veces.

Violeta juró silenciosamente no volver a soltar su mano nunca más.

La lluvia las azotaba sin piedad, y en ese momento ella se hizo una nota mental: Si alguna vez volvía a salir con alguien, se aseguraría malditamente de que el chico no tuviera poderes de relámpagos para controlar el clima, porque esto era una tortura pura.

Cuando finalmente las puertas del comedor aparecieron a la vista, Violeta casi se derrumbó de rodillas aliviada. Justo allí y en ese momento, podría haberse arrodillado y alabado al señor por la liberación de la furiosa tormenta de Alaric.